REFLEXIONES
Desde mi formación como docente en la normal, he escuchado que los alumnos cambian, que son otras sus necesidades, que el espectro de la familia se ha modificado, que los medios de comunicación y las nuevas tecnologías distraen su atención, que ya la labor docente se ha vuelto cada vez más compleja y difícil; sin embargo, para mí los niños y niñas siguen siendo igual que siempre. Sus necesidades más sensibles siguen siendo las mismas: ser escuchados, ser tomados en cuenta como personas (pequeñas pero al fin y al cabo personas), sentirse parte de algo importante. Valoran todo lo anterior y lo expresan de diversas maneras: gráfica y verbalmente o con actitudes muy sutiles. El comentario anterior viene al caso en relación con la importancia de contar con un portafolio de evidencias que permita descubrir cómo aprende el alumno, cuáles son sus intereses, su estilo de aprendizaje, que sea el escenario de la reflexión mutua y que invite al diálogo docente-alumno en la búsqueda de aquellas estrategias que aseguren un mejor aprovechamiento escolar. Que provoque en ambos el desarrollo del potencial para convertirse en mejores personas (estudiante-profesionista): el alumno que obtenga aprendizajes significativos y despliegue su creatividad, que vaya con gusto a la escuela; el docente que diseñe una planeación pertinente, cercana y no ajena al alumno, que sea un modelo a seguir, congruente con su decir y hacer, capaz de involucrar a la comunidad educativa en torno a los sujetos principales del proceso de aprendizaje: nuestros niños y niñas, que vaya con gusto a la escuela. El desarrollo de competencias y la práctica de valores deberán ser los ejes rectores para una sana convivencia y un desempeño adecuado dentro de la sociedad. Para que tal desarrollo sea efectivo, se deberá tener de manera organizada toda evidencia descriptiva de los avances y dificultades que experimentan los estudiantes, de sus procesos para allegarse los aprendizajes esperados; la práctica de valores ha de propiciar el trabajo colaborativo y la evaluación -que deberá ser formativa- en todas sus modalidades (heteroevaluación, coevaluación, autoevaluación) cumplirá con su cometido original: en esencia, detectar las llamadas áreas de oportunidad para trabajar o hacer énfasis en ellas y dejar de pensar en la reprobación como un castigo (¿a qué?). El rezago y abandono escolar serán renglones olvidados y seremos parte de una auténtica comunidad de aprendizaje.
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